Historia

Darwin y las ironías de la evolución

El tiempo no pasa para Charles Darwin. A poco tiempo de cumplirse los 150 años de la publicación de “El Origen de la Especies”, el autor de la teoría de la evolución por selección natural sigue causando tanta polémica como admiración.

Pudo no haber sido Darwin el autor de la mayor revolución biológica en la historia de la humanidad. Tan reveladoras y controversiales fueron –y siguen siendo- las ideas de este naturalista inglés, que su impacto es sólo comparable a la conmoción causada por Copérnico en el siglo XVI, cuando se atrevió a sugerir que la Tierra no era el centro del Universo. Pero, repetimos, la revolución de Darwin pudo no haber llevado su nombre, sino uno completamente distinto.

Corría el año de 1858 y Charles Darwin progresaba lentamente en la escritura de su libro sobre la evolución de las especies por selección natural. Tan poco progreso se debía en parte a la misteriosa enfermedad que le aquejaba -la cual no le permitía trabajar más de unas pocas horas al día- y también al carácter extremadamente meticuloso de Darwin, quien se perdía en un mar de datos.

Ese mismo año, Darwin recibió un manuscrito de otro naturalista, quien le pedía que lo leyera con el fin de recomendar su publicación en una revista científica. El autor era Alfred Russell Wallace, un joven naturalista que se encontraba en el archipiélago de las Molucas y a quien los delirios producidos por la malaria le habían inspirado de manera absolutamente independiente la idea de la selección natural.

Al leer el manuscrito, Darwin sintió que el mundo se le venía abajo: Wallace había llegado a las mismas conclusiones a las que él había llegado hacía ya varios años, pero que todavía no publicaba. Darwin era un hombre justo y, aunque abatido, quiso renunciar a su prioridad en el descubrimiento, pero fue convencido por algunos de sus colegas para terminar su obra y publicarla lo antes posible. Prestando atención a aquellos consejos, se retiró durante un año a la isla de Wight para escribir un resumen de la obra que había concebido y en 1859 se publicó “El Origen de las Especies”, un libro monumental que distaba mucho de ser sólo un resumen.

La vida de Charles Darwin estuvo llena de ironías y sobresaltos. La publicación de “El Origen de las Especies” levantó enorme controversia, ya que se oponía frontalmente al relato bíblico del nacimiento de las especies, incluyendo al hombre. En la Inglaterra de Darwin muchos científicos eran también clérigos y únicamente se concebía el origen de la vida en manos de un Creador supremo.

Aquí la ironía radica en que en su juventud Darwin había iniciado la carrera de Teología. Muchos años más tarde, reflexionando sobre esto, escribiría: “Considerando la ferocidad con que he sido atacado por los ortodoxos, parece cómico que alguna vez pensara en ser clérigo”.

Nace una teoría
En 1831, tras sortear la oposición de su padre, Darwin se embarcó en el navío inglés Beagle, en un viaje alrededor del mundo. Las tareas concretas ordenadas por el almirantazgo para Darwin incluían la exploración de las montañas de Tierra de Fuego con el fin de descubrir si albergaban yacimientos minerales y el estudio de arrecifes de coral para su utilización como puertos.

El viaje del Beagle duró cinco años y fue descrito por el propio Darwin como “el acontecimiento más importante de mi vida”. Durante el trayecto, recopiló una gran cantidad de datos que posteriormente le servirían para idear su teoría de la evolución por medio de la selección natural. En las Galápagos observó que en distintas islas se encontraban diferentes especies (tanto animales como plantas) lo suficientemente parecidas como para suponer que tenían un origen común, y que por tanto debían haber evolucionado por aislamiento geográfico a partir de un antepasado compartido.

Antes de embarcar en el Beagle, Darwin pensaba que las especies eran inmutables. Sin embargo, lo que observó en las Islas Galápagos lo convenció de que, tal y como ya lo habían planteado otros antes que él –incluido su propio abuelo- las especies evolucionaban.

Pero Darwin fue capaz de llegar más allá. La lectura del “Ensayo sobre el Principio de la Población” del economista y sociólogo inglés Tomas Malthus, en 1839, fue decisiva en ese proceso. Malthus argumentaba que, debido a que las poblaciones humanas crecen mucho más rápido de lo que tardan los alimentos en producirse, necesariamente debía ocurrir una lucha por los recursos limitados y por tanto, por la existencia. Aplicando este principio a las poblaciones naturales, Darwin dedujo que los individuos de una generación con características que los hicieran más aptos en la lucha por la existencia debían transmitir tales variaciones a sus descendientes, mientras que las características desfavorables tenderían a ser eliminadas a lo largo del tiempo.

Una de las mayores objeciones a la teoría por parte de los biólogos era que Darwin no era capaz de explicar cómo se producía esa variabilidad sobre la que la selección natural debería actuar ni cómo se transmitían dichas variaciones de generación en generación.

Y aquí va otra ironía: al mismo tiempo que Darwin escribía el primer borrador de “El Origen de las Especies”, un monje dedicaba parte de su tiempo libre en el monasterio de Santo Tomas de Brunn, Austria, a hacer sencillos experimentos con plantas de guisantes. Su nombre era Gregor Mendel, quien estaba descubriendo las leyes de la variación y la herencia (las leyes de Mendel), que le hubieran dado a Darwin la explicación de cómo las variaciones se transmiten de padres a hijos. Sin embargo, el trabajo de Mendel permaneció oculto para Darwin: las leyes de Mendel fueron redescubiertas mucho tiempo después de la muerte del gran científico inglés.

De la fusión de las ideas de Mendel sobre el origen de la variación y la herencia y las de Darwin sobre la selección natural nació la teoría sintética de la evolución o neodarwinismo, abrumadoramente aceptada hoy día por la comunidad científica. Numerosas pruebas genéticas, paleontológicas, y de embriología y anatomía comparada demuestran que la evolución de las especies se produce mediante la variación al azar en el material genético (ADN) y la selección natural de los individuos que son más aptos para sobrevivir.

Darwin en el siglo XXI
“El Origen de las Especies” es considerada no sólo una de las obras más importantes de la historia de la ciencia, sino también de la filosofía. Causó polémica al momento de su publicación y después de siglo y medio la teoría de la evolución por selección natural aún encuentra enemigos. Cristianos conservadores de Estados Unidos están intentando imponer en la educación pública el “diseño inteligente”, una propuesta de interpretación sobre el origen de la vida que defiende la existencia de una inteligencia superior como la única forma posible de explicar el perfecto diseño de los seres vivos. Y, de paso, borrar a Darwin de los libros de historia.

Pero mientras un sector de la sociedad estadounidense sigue luchando por mantener la vieja batalla entre creacionistas y evolucionistas, otros ya han empezado a celebrar en grande el aniversario 200 del nacimiento de Charles Darwin y el aniversario 150 de la publicación de “El origen de la especies”, que se cumplirán en el 2009.

El pasado 19 de noviembre, el Museo de Historia Natural de Nueva York estrenó la exposición titulada “Darwin”, que hace un recorrido por la vida y los estudios del naturalista inglés; sus viajes, sus observaciones y sus objetos más personales. Esta exposición ha sido diseñada para ser itinerante. Así, durante los próximos cuatro años también podrá ser vista en el Museo de la Ciencia de Boston, en The Field Museum, en Chicago, The Royal Ontario Museum, Toronto, Canadá, y finalmente en el Museo de Historia Natural de Londres, justo a tiempo para celebrar el segundo centenario del nacimiento de Darwin.

Es cierto que Charles Darwin no sabía muchas de las cosas que sabemos hoy en día en torno a la forma en que se gesta la vida. No sabía nada de genética; jamás imaginó que unos pequeños controladores llamados genes eran los responsables de toda la diversidad que existe sobre la Tierra.

Tampoco vivió para ver cómo los fósiles que los científicos seguían encontrando enterrados, no hacían más que probar lo que él había planteado: que todos los seres vivos descendemos de una forma de vida primitiva y simple que tardó millones de años en evolucionar, hasta crear seres tan complejos como los humanos.

Quizás por ello resulta irónico que en su infancia, cuando ya manifestaba una fuerte inclinación hacia las ciencias naturales, el pequeño Charles se considerara, y fuera considerado por los demás como un niño, no ya corriente, sino incluso mediocre. Su padre le llegó a decir en una ocasión: “No te gusta más que la caza, los perros y coger ratas, y vas a ser una desgracia para ti y toda tu familia”.

Pero el tiempo demostró que aquella taciturna obsesión por la búsqueda de escarabajos escondía una mente de una genialidad sin precedentes.

Fotos cortesía del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York (AMNH).
Pájaros de patas azules: © AMNH
Cajita recuerdos: © Craig Chesek, AMNH
Darwin joven. Cortesía de The Darwin Heirlooms Trust, copyright English Heritage Photo Library
Arbol de vida: © Por permiso de The Syndics of Cambridge University Library
Tortuga y exhibición de Galápagos, iguana cerca, libro original, microscopio, estudio: © Denis Finnin, AMNH.

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Eva Aguilar

Eva Aguilar

Eva Aguilar es periodista y su especialidad es la divulgación científica. En Panamá trabajó en el diario La Prensa y en la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (SENACYT). En los últimos diez años ha trabajado como colaboradora independiente para revistas y portales de internet de Panamá, España y el Reino Unido. Actualmente vive en Dundee (Escocia).

Autores invitados

Luis J. García