Disculpe, ¿es usted Donald Trump?
Recibo una llamada. La voz al otro lado del auricular me anuncia que viene de visita. La noticia me produce alegría, aunque siempre ocurre que a una buena noticia sigue otra mala. “¿Cuánto tiempo te quedas?”, pregunto. “Seis días, ¿crees que será suficiente para conocer Nueva York?” La emoción se me cae al piso: “Por supuesto que no… pero lo podemos intentar. ¿Qué te interesa ver?” Y entonces viene la respuesta que más temo: “Todo”.
Ocurre que ante esa oferta descomunal de edificios emblemáticos, restaurantes, centros culturales, tiendas, avenidas y todo lo que uno ha visto en la televisión y en las películas de la Gran Manzana, no siempre el que viene por primera vez tiene muy claro lo que quiere hacer ni por donde empezar. Así es que me preparo: trazo rutas, saco libros, mapas y repaso lo que yo misma he aprendido.
En manos del visitante pongo dos cosas imprescindibles: la revista Time Out, la guía de entretenimiento más completa de Nueva York que le permitirá organizar el tiempo, y los mapas del metro y el autobús. Nueva York es una de las ciudades más caras del mundo por lo que los taxis están prohibidos para los que vienen con un presupuesto reducido; además de que es más fácil darse de bruces contra Woody Allen en cualquier esquina que encontrar un taxi que vaya vacío. El metro, por otra parte, forma parte de la vida de la ciudad, es su alma subterránea, y ningún turista debe perderse el espectáculo que ofrece el momento de espera en una estación: una arquitectura muy particular que se conserva desde hace un siglo, trabajos de artistas neoyorquinos adheridos a las paredes, espectáculos musicales, y, por supuesto, las ratas que corren por los rieles y las goteras que manchan las paredes. En los vagones de pasajeros el entretenimiento continua: allí se baila hip-hop, alguno lee la Biblia en voz muy alta o se escuchan rancheras interpretadas por mexicanos armados con guitarras y violines que mantienen perfectamente el equilibrio a pesar del movimiento del tren.
Un poco de lo mismo ocurre en la Quinta Avenida, aunque allí el espectáculo es distinto. Entre la calle 59, donde termina Central Park, y la calle 33, donde se encuentra el Empire State Building, están las grandes tiendas de diseñadores, Louis Vuitton, Prada, Cartier, Gucci, Versace. A lo mejor usted no puede comprar nada de lo que venden en esas tiendas, pero al menos podrá darse el lujo de caminar por una de las avenidas más “caras” del mundo.
Al pasear por la Quinta Avenida es imposible no prestar atención a la Catedral de San Patricio, el mejor ejemplo de cómo algunas estructuras de arquitectura clásica y muy definida se han quedado encerradas entre la modernidad de los rascacielos y el consumo febril.
Antes de ir a los lugares que son de visita obligada en Manhattan (el Empire State Building, la Gran Estación Central, la calle 42, la Estatua de la Libertad), suelo iniciar el recorrido turístico por el sur de la ciudad. Y es que en la punta sur de la isla se concentran muchas y diversas atracciones. Por el espacio vacío que dejaron las torres gemelas del World Trade Center paso rápidamente (en el 2006 ya se podrá ver la Torre de la Libertad), pero me detengo en la Capilla de St. Paul, que además de haber servido de lugar de consuelo para los familiares de las víctimas del 11 de septiembre, tiene un jardín muy bien cuidado con tumbas que llevan allí más de 200 años. Es otro ejemplo de algo muy viejo que todavía puede encontrarse en una ciudad que rinde culto a lo recién estrenado.
Si el tiempo lo permite (en invierno suele hacer demasiado frío) es recomendable conocer el puerto dando un paseo desde Battery Park hasta South Street Seaporth, y después subir por Wall Street hasta el edificio del Ayuntamiento. Desde allí puede verse el Puente de Brooklyn, un paseo que ningún turista debe perderse. La mejor opción para ahorrar energías es tomar el metro hasta Brooklyn y de allí caminar por el puente de vuelta a Manhattan. Una vez allí, siempre se emplea todo el tiempo del mundo en hacer fotografías y admirar los clásicos arcos cuadrados. Eso sí, hay que tener cuidado con los ciclistas y los patinadores.
A unos pasos de Chinatown se encuentra el Soho, un curioso barrio lleno de boutiques de ropa, tiendas con artículos curiosos y galerías de arte. El Soho todavía conserva edificios bajos en los que la gente vive en amplios lofts. Si ha hecho el recorrido caminando por el sur de Manhattan, tendrá que ser un atleta para poder seguir adelante a partir de aquí, así es que al terminar de ver el Soho está permitido encontrar un medio de transporte que lo lleve a su lugar de descanso hasta el día siguiente, o hasta la hora de cenar o salir a divertirse, si sus planes incluyen ir a ver un musical de Broadway y probar la inmensa variedad de comida de todas partes del mundo que ofrecen los restaurantes.
De oeste a este
Central Park es una atracción natural que cambia de color según la época del año: es blanco y gris en invierno, verde en primavera y verano, y se viste de amarillos y anaranjados en otoño. Tiene rincones escondidos de gran belleza y es el único espacio en el que los neoyorquinos encuentran un poco de paz y liberan las tensiones.
Si bien los museos son una parte esencial de la visita a Nueva York, recorrer en su totalidad alguno de los más grandes, como el Museo Americano de Historia Natural y el Metropolitan, le llevará un día completo. Sin duda son museos de visita obligada, pero si tiene poco tiempo para estar en la ciudad, es mejor escoger una o dos salas de cada uno y concentrarse en ellas.
Las personalidades, como los rascacielos, los teatros y los museos, también son parte del encanto de Nueva York, aunque verlas es una cuestión de suerte. Hay quienes, habiendo estado solo cuatro días en la ciudad, han tenido la fortuna de encontrarse a Yoko Ono y a Kofi Annan en una sola tarde. ¡Qué envidia! Yo ni siquiera he visto a Donald Trump. Y no es que tenga un particular interés en el multimillonario, pero por lo menos podría contárselo a mis amigos. Da que pensar: ¿tienen más anécdotas que contar quienes se sumergen en Nueva York durante poco tiempo que los que a veces preferimos ver la nieve desde la ventana? Es posible. Lo cierto es que, hasta el momento, de esos viajes cortos pero muy intensos nadie se ha quejado. Por el contrario, todos parecen dejar Manhattan absolutamente complacidos.
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