En las buenas y en la malas…
“Yo te quiero a ti como esposo y me entrego a ti y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”. Votos matrimoniales – ritual cristiano
Uno de los eventos más importantes y memorables en la vida de una persona es su matrimonio, ese día en el que los sueños toman protagonismo y dos seres se vuelven uno, prometiéndose amor eterno ante los ojos de Dios. Ese caminar de la mano de otro puede llegar a ser un paseo realmente agradable, reconfortante, maravilloso, a la vez que un recorrido lleno de lecciones y diversas pruebas que cada pareja asimila y maneja a su manera. Y es que, en verdad, de eso se trata la vida en pareja, de aprender a compartir responsabilidades, de formar un equipo para sortear las vicisitudes del camino, de trabajar juntos para alcanzar las metas. No todo es perfecto, ciertamente hay momentos difíciles, pero la clave está en cómo los afrontamos y vivimos cada día.
Al encontrar parejas que han aprendido el verdadero significado de la palabra unión, tras superar momentos y experiencias realmente duras, realizamos que vale la pena seguir adelante, luchar juntos y vencer los miedos, aferrándonos a las bendiciones recibidas y sobrellevando, con entereza y dignidad, los percances y retos.
Marta y Gilberto: “Hemos crecido juntos toda la distancia”
A los quince años se enamoraron y nunca más se han separado. Gilberto Cardoze y Marta Lewis fueron, realmente, “novios de toda la vida”. Tras más de treinta años juntos, es mucho lo que se puede aprender de una pareja así. Pero lo que más impresiona es su gran compenetración y lo transparente de su relación.
Con tres hijos en casa y uno por llegar, hace ocho años Marta y Gilberto tuvieron que afrontar una de las situaciones más difíciles e inimaginables. Con cinco meses de embarazo, a Marta se le diagnosticó cáncer. Mil preguntas atravesaban sus mentes, muchas de ellas sin respuesta. Había que actuar, pues el tumor era muy agresivo, pero ¿qué hacer? No querían que el bebé sufriera, pero no existían opciones sin riesgo, y no había tiempo. Cada minuto, cada hora, cada día, eran decisivos para madre e hijo. Marta y Gilberto decidieron seguir los consejos médicos y empezar el tratamiento con quimioterapia de inmediato, confiando en que esto “no debía causar daños en el bebé”.
Desde ese día, la vida les cambió para siempre. No pensaron que les pasaría algo así, pero les pasó. No pensaron que tendrían la suficiente fuerza para sobrellevar la incertidumbre, el miedo y la insoportable preocupación, pero la tuvieron. No pensaron que afrontar la realidad de la existencia y evaluar la posibilidad de morir, de frente, les haría ser más humanos, espirituales y misericordiosos, pero los hizo. A raíz de la enfermedad de Marta, el matrimonio se fortaleció aún más, se dieron cuenta de que había que vivir la vida día a día, que las prioridades eran otras, que eran el uno para el otro, y que la unión familiar y la fe en Dios lo eran todo.
Y así pasaron los meses, en medio de inyecciones, lágrimas y muchos deseos de vivir. Entre una quimioterapia y otra nació Gabriel Edgardo David, sin saber que su sola presencia en este mundo era un milagro para sus padres, “la” mayor muestra de que el amor lo puede todo. En ese momento, el regocijo de una madre era mucho más fuerte que la pérdida de su cabello, las innumerables noches de desvelo, los muchos tratamientos y chequeos por venir. Marta y Gilberto se concentraron en salir adelante, y así lo han hecho.
Según Gilberto: “Lo que nos mantuvo bien fue Dios. No hay que esperar las malas noticias para apreciar lo bueno, sino que debemos tratar de vivir a plenitud, de ser mejores esposos, mejores padres, cada día”. Marta siente algo similar: “Le doy gracias a Dios porque ahora soy una mejor persona y tengo mis prioridades mejor definidas. Fue muy intenso ver cuánto me ama Gilberto, imaginar lo que sería estar sin él y saber que me quería como yo era, incluso cuando estaba en mis peores momentos. Una experiencia así te enseña a valorar lo más importante en la vida”. “Estoy muy orgulloso de ella pues tuvo que tomar una decisión muy seria y lo hizo, y ahora Gabriel tiene ocho años y está bien. Sé que Dios le ha dado salud para que pueda ver a sus hijos casarse y conocer a sus nietos”, nos cuenta emocionado.
Lo que vivieron Marta y Gilberto no fue tarea sencilla, aun para una pareja con bases sólidas. “Cuando te pasa algo así”, nos comentó Gilberto, “comprendes que dentro tienes una fortaleza sobrenatural que Dios te brinda en esos momentos”. Marta, por su lado, piensa que “las altas y las bajas son la esencia de la vida. Definitivamente no todo es color de rosa, pero uno está pendiente de lo que debe arreglar con su pareja y lo hace. No puedes pensar que un matrimonio anda solo, hay que fomentar y construir la relación, siempre, considerando a Dios en medio de la pareja”.
Alaisa y Manuel: “Nos tenemos el uno al otro”
Ella es conversadora; él, tímido. Ella es sentimental; él, poco emotivo. Ella es preocupada; él, positivo; pero, juntos, se complementan perfectamente. Su deseo de que la familia creciera se consolidó cuando, veintitrés años atrás, nació Francisco Manuel, un niño a todas luces sano, o al menos eso parecía. Pero poco después de cumplir dos años, un día amaneció inconsciente, con la cama cubierta de sangre. Luego de muchas pruebas, el niño fue diagnosticado con hemofilia, una alteración en la coagulación de la sangre que provoca hemorragias frecuentes. “Vivíamos en el hospital”, nos contó Alaisa y, en realidad, era así. Desde ese momento y por los siguientes seis años, Alaisa y Manuel pasaban tres semanas de cada mes con Francisco internado y, cuando estaban en casa, debían brindarle cuidados especiales.
Para cualquier pareja, sobrellevar algo así y superarlo unidos tiene que ser muy difícil. La carga que pone sobre la relación es muy pesada; no obstante, en el caso de Alaisa y Manuel, ambos lo tomaron con resignación, como una prueba que debían afrontar juntos. Así, su vida se adaptó a las necesidades más apremiantes y se dividieron las responsabilidades: ella dormía en el hospital de lunes a viernes y él los fines de semana; él la acompañaba todos los días, en su hora de almuerzo, y ambos se ponían de acuerdo para cuidar al mayor de los hijos. “Era muy poco el tiempo que estábamos en casa, pero yo sabía que podía confiar en Manuel. Mientras otros padres de niños con hemofilia abandonaban a sus esposas, él siempre estaba allí”, nos dijo Alaisa, mientras Manuel comentaba: “Lo más importante es que, gracias a Dios, somos asegurados y a Francisco nunca le faltaron los medicamentos que necesitaba para mejorarse”.
Tres años más tarde nació Luis, también con hemofilia. Para Alaisa fue un golpe muy duro, pero nuevamente contó con el apoyo de Manuel. “Si Dios nos mandó otro hijo con hemofilia lo superaremos. Yo trabajo, hay medicamentos y me tienes a mí. Hay otros niños con peores problemas”, le decía él constantemente. Y así, día a día, fueron aprendiendo más sobre los tratamientos, sobre lo que debían hacer para evitar las crisis, y sobre la misma enfermedad.
Como pareja, tomaron la decisión de apoyar a quienes tenían menos recursos y conocimiento a través de la Fundación Panameña de Hemofilia, la cual Alaisa dirige voluntariamente desde hace años. Para Manuel, la labor que su esposa realiza es muy loable. “Valoro su forma de ayudar a los demás. Eso me engrandece. No sólo lo ha hecho por sus hijos sino por muchos otros, y eso me hace sentir muy bien y respetarla más”.
Pero conocer la enfermedad, asistir a todas las citas médicas y seguir las reglas a conciencia no evita los riesgos inherentes al tratamiento para la hemofilia. Esto lo comprobaron Alaisa y Manuel cuando Francisco fue diagnosticado con Hepatitis C, una de las enfermedades que podía transmitir el factor que le inyectaban para ayudarlo a sobrellevar la hemofilia. Juntos, nuevamente, afrontaron esta situación y han luchado por hacer que todos sus hijos vivan una vida normal. “Siempre fuimos una pareja muy responsable y cuidadosa con nuestros hijos, pero les insistíamos que ellos no eran inválidos. Ahora Francisco está por graduarse de psicología y Luis empezará medicina en agosto”, nos manifestó Alaisa. Para Manuel, el hijo mayor y quien se está graduando de ingeniería civil, sus padres son un ejemplo: “Ojalá todos los papás fueran como ellos”.
Lo que han logrado Alaisa y Manuel a través de estos años los enorgullece como pareja y lo que superaron los ha hecho más fuertes, más humanos y más unidos. “¿Por qué rendirse si en esta vida lo que vale es luchar?”, nos dijo Manuel con seguridad. Para Alaisa, su carácter los ayudó. “Aceptamos la situación que Dios nos había mandado y salimos adelante. Como pareja nunca hemos tenido problemas. En los años que llevamos de matrimonio, no recuerdo jamás habernos acostado molestos el uno con el otro, y así debe ser”.
Katia y Alfredo:
“Lo que vivimos nos hizo crecer como pareja”
Siguieron dos años de intensa lucha. “Tú no dejas a una persona porque está enferma, tú luchas con ella para salir adelante”, nos comentó Katia. “Si no fuera por ella, no me habría curado. Katia me llevaba al doctor, me ponía las inyecciones subcutáneas todos los días, me cuidaba como una enfermera”, nos cuenta él. La situación los llevó a madurar muy rápido y, contrario a lo que muchos pensaban, los ayudó a fortalecer su relación. “Desde ese momento fuimos uno solo, un equipo para todo”, asegura Katia. Luego de ese período, el organismo de Alfredo respondió bien a los medicamentos y, desde entonces, su enfermedad se ha mantenido en estado pasivo.
Los siguientes once meses fueron de gran trabajo para la pareja, y volvieron a manejarlo en equipo. Alfredo se encargaba de los dos hijos mayores mientras que Katia se dedicaba en cuerpo y alma a atender al bebé, a quien había que alimentar, medicar y monitorear constantemente. Se apoyaban mutuamente y vivían día a día. “Nunca pensamos que esto nos iba a pasar”, nos cuentan. Pero la mayor de las pruebas estaba por llegar. Luego de preparar a Juan Javier para una operación decisiva, complicaciones posteriores a la misma agravaron la situación. “Nadie está preparado para perder a un hijo, menos todavía para decidir que hay que desconectarlo, aun cuando los médicos te lo indiquen. En nuestro caso, le pedimos al Señor que hiciera su voluntad y Juan Javier falleció mientras lo acompañábamos”, nos relató Katia emocionada, mientras Alfredo agregaba: “Fue muy duro verla allí, cargándolo ya sin vida”.
Los siguientes días, meses y años estuvieron cargados de emociones y una nueva realidad para todos. Fue una etapa muy difícil en la que tuvieron que respetarse y aceptar la forma como cada uno sobrellevaba la pérdida, alternando la tristeza, el silencio y la resignación inicial, con el posterior agradecimiento que ambos sentían por haber tenido a Juan Javier en la familia.
“Dios nos permitió conocerlo, ver cómo se reía, disfrutar de su cariño. Juan Javier nos enseñó a querer a pesar de todo; gracias a él aprendimos que el amor era realmente incondicional”, nos comentó Katia. “Son experiencias que no se borran, que dejan huellas y tú aprendes de ellas. Sentimos que esta situación nos llevó a conocernos mejor y a tener más fe y fortaleza, como pareja y como familia, para afrontar lo que venga”, nos dijo Alfredo.
Después de veintiún años juntos, Katia y Alfredo han dado testimonio de su amor y de que juntos pueden sobrellevar lo que el destino les depare. Para ellos, “la pasión puede pasar, pero uno toma la decisión de mantenerse juntos, aceptarse y, con paciencia y respeto, acompañarse a lo largo del camino. El dolor y la dificultad no pueden hacer que tu familia se desmorone. Hay que mirar hacia adelante y luchar”.
El matrimonio es un recorrido como pocos, dotado de experiencias y sentimientos únicos que nos llevan a valorar aún más nuestra humilde existencia. Ese trabajo en equipo, esa unión, esa estabilidad y esa fortaleza que una pareja demuestra, hasta en los momentos más difíciles, es un ejemplo para todos. Hoy, más que nunca, es esencial valorar ese compromiso, esa responsabilidad voluntariamente aceptada, esa empresa familiar fundada por dos seres que se aman, y luchar por su éxito, en las buenas y en las malas.