Temas familiares

¿Es posible aprender de las pérdidas?

¿Podemos prepararnos para esperar la muerte de un hijo, quedar viudos o sin padres, perder el empleo, tener un descalabro económico, sufrir una enfermedad grave, una ruptura amorosa o un divorcio? Quizás no. Sin embargo, sufrir una pérdida, y atravesar un proceso de duelo por ello, es casi inevitable, aunque con el tiempo, lo positivo sería decir que esa pérdida que nos causó tanto dolor, también nos enseñó a vivir con más paz.

Los especialistas coinciden en cuestionar la manera como nuestra cultura percibe las pérdidas, la muerte y el duelo. Desde la niñez, nos preparamos para alcanzar y disfrutar el éxito, pero no para manejar la frustración y el dolor de “perder” en cualquier situación. Además, se tiende a pensar, hasta cierta edad, que la muerte es algo que le sucede a los demás y, posteriormente, que es un tema que se limita a los seguros de vida y las finanzas.

Con respecto al duelo, por ejemplo, algunos estudios han comprobado el valor terapéutico del llanto; sin embargo, nuestra cultura prepara con una maravillosa eficiencia a los hombres para no recurrir a las lágrimas ni pedir ayuda o consuelo y así pierden una opción de aliviar el estrés que causan las pérdidas.

Los resultados de semejante manera de relacionarse con las pérdidas pueden llegar a ser lamentables. No canalizar el dolor de una manera adecuada puede llevar a la depresión, que es una enfermedad. No enfrentar una pérdida facilita adicciones como el consumo de alcohol y drogas, o comprar o comer compulsivamente. Son mecanismos de defensa que aplacan el dolor momentáneamente, pero luego se vuelve a la realidad sin haber adelantado mucho.

Algunos trastornos del sueño, “inexplicables” episodios de agresividad o ansiedad y enfermedades físicas y emocionales, están vinculados a la costumbre de “poner debajo de la alfombra” las pérdidas y seguir adelante, sin darnos permiso ni tiempo de sentir dolor y recuperarnos.

Giselle De La Hoz dirige la Fundación Piero Rafael Martínez De La Hoz. Además de prestar apoyo y asistencia profesional a personas adultas, niños y adolescentes que han perdido a seres queridos, la Fundación tiene un programa de capacitación y conferencias para informar sobre cómo manejar el proceso de duelo que causan las pérdidas.

Empresas que han reconocido el impacto de las pérdidas en la productividad de su personal, profesionales de la medicina y enfermería que lidian con el duelo de las familias de sus pacientes, educadores que necesitan apoyar a sus alumnos, y familiares y amigos de personas con dificultades para enfrentar una pérdida, se preparan en estas conferencias para conocer qué es el duelo y cómo generar condiciones para apoyar a las personas que pasan por el dolor de una pérdida.

En Exclusiva: Uno de los objetivos que tiene la fundación es reeducar en el duelo…
Giselle de la Hoz: Cada pérdida significativa genera un duelo. Pero nuestra cultura tiende a soslayar el dolor que produce perder. Si a un niño se le muere la mascota, le pedimos que no llore y le decimos que le compraremos otra. Es una pérdida, él siente tristeza. Hay que darle espacio para ese sentimiento y ofrecerle un abrazo. La promesa de suplir un “afecto” con otro, de manera automática, busca eliminar el duelo. La otra opción es reconocer que el niño tiene derecho a la tristeza o al enfado. Al aceptar el proceso del duelo él aprenderá que perder es parte de la vida.

¿Cómo es el proceso del duelo?
El duelo es algo individual y circunstancial. No hay una secuencia que todos los seres humanos siguen ordenadamente, sin “retroceder”. Cada pérdida se produce en circunstancias específicas y eso hace que algunas fases sean más intensas que otras. En general, hay una primera etapa de “shock”, negación e incredulidad. Luego hay una fase de miedo. En el caso de la muerte de un ser querido, se siente incapacidad de vivir sin esa persona. Normalmente crece el sentimiento de vulnerabilidad.

Se experimenta un período de culpa de la cual escapan pocos sobrevivientes. Siempre crees que hubieras podido tener una mejor relación con alguien que ya no está físicamente con nosotros o hubieras podido actuar de determinada manera para no perder el empleo, a tu pareja o una considerable cantidad de dinero. Hay rabia y esta es una fase de desorganización, pérdida de la autoestima y agresividad que, en caso de muerte, se manifiesta contra el personal médico, contra Dios y contra uno mismo. En este momento es importante aceptar que estamos enojados. Luego viene una etapa de desesperanza. Algunas personas pierden el deseo de vivir y se genera mucha ansiedad en estos días.

La aceptación y la serenidad llegan en la etapa final del duelo. Los hábitos alimenticios y de sueño se normalizan. Se experimenta tristeza, pero también hay tranquilidad al recordar una etapa de la vida, al ser querido o el esfuerzo invertido. Al final de este proceso, tienes la certeza de que nunca serás el mismo después de este sufrimiento. Simplemente, sabemos que la experiencia nos ha hecho madurar.

¿Hay algo que nos ayude a atenuar el dolor de una pérdida significativa?
El dolor es inevitable. Lo cierto es que hay personas que tienen un mayor apoyo porque tienen recursos internos, familiares y sociales. Es diferente –pero no menos difícil- enfrentar una pérdida si sabes expresar tus sentimientos, canalizar tu dolor, si eres optimista, tienes una buena autoestima, te permites tener compasión contigo misma y te tienes paciencia y tolerancia.

La familia y las amistades más cercanas pueden actuar como un muro de contención y apoyo. Pueden entender que quieres estar sola, sin ofenderse. Esa capacidad de que los demás “lean” tu estado de ánimo, tu necesidad de silencio o de hablar, es muy importante. A la vez, es necesario que entendamos que los demás sufren con nuestro propio duelo, para lograr una cierta “mesura” en las expectativas que tenemos frente a los demás en esta situación.

Los recursos sociales se refieren al apoyo comunitario que ofrece la iglesia, instituciones o el entorno laboral. El trabajo juega un papel fundamental. Tus jefes pueden preguntar sobre tu estado de ánimo, ser flexibles con los horarios e indagar sobre cómo percibes tu capacidad para cumplir con un determinado proyecto. La paciencia y el apoyo de los compañeros de trabajo también son de gran ayuda.

¿Aprendemos de las pérdidas?
Es posible. Actualmente, los seres humanos queremos que todo suceda rápido, por tanto, esperamos que el dolor por una pérdida sea algo breve. Sin embargo, un duelo nos enseña cuán importante es tener paciencia para poder recordar sin dolor, y que aquellas cosas que realmente tienen valor necesitan que se les dedique tiempo y esfuerzo. Por ello, el duelo es un proceso activo. En la medida en que miramos la muerte a la cara, como algo que no podemos negar, reflexionamos acerca de nuestra vida. Nos preguntamos qué hacemos para vivir en paz, para tener una mejor calidad de vida, para tener una buena relación con quienes nos rodean. Las respuestas a esas preguntas pueden ayudarnos a madurar, a valorar más la vida y a estrechar los vínculos con los seres que amamos.

Cómo apoyar a una persona en duelo por la muerte de un ser querido*

  • Permita y aliéntelo para que hable de lo que pasó. No minimice su pérdida ni la compare con otros eventos.
  • Permítale llorar y experimentar el dolor por la ausencia.
  • Refuerce la importancia de postergar, temporalmente, la toma de decisiones importantes.
  • Recuérdele que es sano hablar de quien murió, reconociendo y aceptando los aspectos positivos y negativos que poseía como ser humano.
  • Prefiera solamente darle un abrazo y decirle “lo siento”.
  • Intente no juzgar los estados de ánimo de la persona que está pasando por un duelo. Hay días buenos y no tan buenos, y eso no significa que el dolor ha terminado o se requiere de un tratamiento psiquiátrico.
  • Recuerde que no hay un término fijo establecido para finalizar el proceso de duelo. Cada persona tiene sus propias circunstancias.
  • Evite decir frases como: “Ustedes son jóvenes, pueden tener otro hijo”, pues nadie sustituye a nadie y nunca se es demasiado viejo o joven para experimentar el duelo tal como nuestras circunstancias nos lo permiten.
  • La frase: “Ahora debes ayudar a tu madre, pues eres el hombre grande de la familia”, adjudica roles inadecuados a los niños y adolescentes. Ellos no pueden sustituir a los padres.
  • La “cura geográfica” no ayuda. Es mejor que la persona regrese a su hogar y allí enfrente la realidad de la pérdida. Ir de viaje mientras no se ha superado el duelo es ofrecer un medio para escapar al dolor y crear motivos de inestabilidad.
  • Evite decir: “Tienes que ser fuerte por tus otros hijos”. La pérdida se ha dado en una familia y resulta más sano vivir el duelo sin esconder la tristeza. De todas maneras, los niños perciben los estados de ánimo de su familia.
  • Evadir recuerdos o deshacerse de las pertenencias de la persona muerta “cuanto antes”, no ayuda. Es tan perjudicial como mantener todo en el mismo lugar. Se recomienda guardar algunas pertenencias muy significativas y, cuando haya disposición de ánimo, enfrentar el momento para deshacerse de las demás pertenencias.

*Tomado de publicaciones de la Fundación Piero Rafael Martínez De La Hoz. Tel. 227-7498.

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Autores invitados

Sofía Izquierdo