Una experiencia única
La vida nos sorprende, una y otra vez. El nacimiento de un bebé en el carro, camino al hospital, y la estadía inmóvil de una madre, por dos meses, para que su bebé pudiera vivir, son ejemplos de que hasta lo «imposible» puede ocurrir.
Con 39 semanas de gestación y un embarazo realmente perfecto, Patricia Corcione de Tejeira se sentía muy afortunada y lista para traer al mundo a su segundo hijo. Como en los viejos tiempos, el sexo debía ser una sorpresa. Lo que Paty no sabía es que ese jueves 27 de abril no sólo se enteraría de que iba a tener una niña. Ese día se llevaría «la» sorpresa de su vida.
Llegó a su cita de control a tiempo, acompañada de su esposo Augusto. Todo iba bien. Según lo planeado, la empezarían a preparar para inducirla al día siguiente. Salió del consultorio del doctor pasadas las tres de la tarde, con la instrucción de ir al hospital al día siguiente. Luego de algunas diligencias de rigor, llegó a su casa. Eran las 5:45 de la tarde y tenía unos pequeños cólicos. Poco a poco, en cuestión de minutos, los dolores se fueron intensificando. Llamó a su esposo, a su mamá y al médico, pero como los dolores no eran insoportables, jamás pensó que realmente había empezado la labor de parto.
Cuando su mamá llegó, supo que algo andaba mal. Eran las 6:15 p.m. Su padre, el doctor Giuseppe Corcione, a quien su mamá había avisado, llegó enseguida y en cuanto la vio le dijo: «Nos vamos». Paty se montó en el carro con él mientras su mamá los seguía en otro auto. Estaban en Punta Pacífica, a sólo unas cuadras del Centro Médico Paitilla, por lo que el viaje debía ser corto. Nada más lejos de la realidad. Un tranque fuera de serie haría que los minutos parecieran horas y que lo inimaginable ocurriera.
En cuestión de segundos, padre e hija hacían historia. Con un ojo en el volante y el otro en la parte posterior de su auto, un ansioso abuelo presenciaba el nacimiento de su nieta y una joven madre rogaba a Dios que todo estuviera bien. Tantas cosas, que hubiesen podido pasar, no pasaron… Al llegar a urgencia, un buen samaritano ayudó a Paty a treparse en una camilla con la bebé. Augusto, su esposo, había llegado antes y no la encontraba por ningún lado. Estaba hablando con su suegra en el celular, preguntándole por Paty, cuando la vio entrar con la bebé encima. ¡Quedó atónito!
Gracias a Dios y a un excelente trabajo en equipo, Susana Patricia no atravesó ninguna de estas dificultades y es, hoy en día, testigo de una experiencia única e inolvidable que su madre y su abuelo atravesaron juntos. Para Paty, el nacimiento de Susana ha sido una bendición que le ha hecho realizar, en carne propia, el milagro de la vida. Su capacidad para manejar adecuadamente una situación de crisis, su positivismo, su instinto maternal y, sobre todo, su fe en la Virgen de Guadalupe, la ayudaron a salir airosa de una experiencia como pocas.
Salí y pensé: «Voy a tener otro hijo»
Meybi lo volvería a intentar. La incontinencia no era patológica, por lo que un nuevo embarazo no tendría que terminar igual. Se le practicó un cerclaje y se le ordenó reposo. Sin embargo, con 22 semanas y 3 días de gestación, lo impensable volvía a suceder. Pero esta vez Meybi tendría más suerte: aunque rompió membranas, la bolsa no se llegó a salir. El problema era que, cada vez que ella se movía, algo de líquido se salía, poniendo la vida de su bebé en peligro. Era como un globo lleno de agua, que tiene un agujero pero no sabes adónde.
Allí, acostada en la sala de parto en espera de una decisión por parte del Dr. Teodoro Méndez, quien la atendía durante este embarazo, Meybi rogaba a Dios que su bebé subsistiera. Tan sólo unos días antes, el 13 de julio de 2003, había escrito en su diario: «Termino mi 21 semana y comienzo mi semana 22. Me siento un poco preocupada ya que para este tiempo perdí a mi Juan José Fernando III, y me da mucho miedo volver a pasar por lo mismo. Dios, sólo Tú sabes qué pasará. Confío en Ti. Ayúdame, pase lo que pase, a superar este trauma. Espero salir de este embarazo bien junto a mi bebé».
Al día siguiente empezaría su travesía, una que sólo el instinto maternal y la fortaleza que da el poder del amor podrían sostener. Meybi tendría que estar completamente inmóvil por el tiempo que fuese necesario. Esa sería la única manera de lograr que la criatura que llevaba en sus entrañas viviera. Estuvo 20 días en el hospital y luego un mes y medio en su casa, completamente inmóvil. Se le creó un «hospital» en su sala, con enfermera y cama hospitalaria. Se le puso sonda foley para que ni siquiera se parara al baño, con venoclisis, en posición de trendelenburg (el área de los pies más elevada que la cabeza), antibióticos intravenosos y ultrasonidos cada tres días, en su cama. El doctor Méndez la visitaba casi todos los días. ¡No se movió, literalmente, por ocho semanas, pues apenas se movía perdía líquido amniótico y su bebé prácticamente no tenía! Hasta úlceras, por presión, tuvo en la espalda y caderas.
La labor de su esposo, Fernando, era apoyarla y ayudar a mantenerla así día a día. A las 30 semanas, la salud de Meybi empezó a preocuparles. ¡El cuerpo no está capacitado para una inmovilización completa por tanto tiempo! Se decidió, entonces, practicarle una cesárea. Luego de siete pinchazos para ponerle la anestesia epidural, ya que la aguja no entraba por tener las vértebras totalmente cerradas y, finalmente, la aplicación de anestesia general, Estephanía Mariafé nació a las 9:15 de la mañana, el 15 de septiembre de 2003, con un peso de 1,400 gramos. Estuvo en cuidados intensivos por dos meses.
Pero allí no acabaría todo. Como Meybi estuvo tanto tiempo inmóvil, perdió la masa muscular en las piernas y no pudo caminar hasta una semana después, con ayuda de un ortopeda. Usó silla de ruedas por un mes, andadera por 15 días más y realizó fisioterapia por un año. Además, por la posición en la que estuvo desarrolló cálculos renales debido a la calcificación de los minerales sedimentados en los riñones, ocasionándole severos dolores e incontinencia urinaria por más de un mes. Pero valió la pena. Valieron la pena las interminables noches sin dormir, los grandes miedos, la desesperación de no poder moverse, ni bañarse, ni siquiera estornudar. «Valió la pena el sacrificio. Si tuviera que tener otro hijo en las mismas condiciones lo hago, no hay excepciones para tener un hijo», nos comentó con seguridad alguien a quien los sacrificios no asustan.
Hoy en día, Estephanía disfruta del cariño de sus padres e incluso los acompaña en su gran afición de montar moto. A raíz de esta inigualable experiencia, Meybi aprendió que la fe es lo último que se pierde y que el amor de un hijo recompensa cualquier sacrificio. «Aprendí a valorar más la vida, a querer más mis días, a no mortificarme por todo, a fortalecer mi fe y a recuperar mis esperanzas», nos dijo orgullosa.
Dos madres y una historia en común, la de traer a sus bebés al mundo a pesar de todas las dificultades e imprevistos. Aunque riesgoso y poco usual, lo lograron, y hoy en día la vida de sus hijas, que dependió en gran medida de su valentía y determinación, es el mejor regalo que pudieron recibir.
Fotos:
Gustavo Araujo.
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